¿Y si el final fuese sólo el principio?
En definitiva, todas estas historias, ya sean espirituales o de la vida real, apuntan a la misma idea: la muerte no es un final, sino un tránsito. Un cambio de estado, una transformación hacia algo más sutil, algo más vasto. Lejos de ser angustiosa, esta perspectiva abre la posibilidad de una vida después de la muerte llena de luz, comprensión y amor.
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